Ni bien los ingleses ocuparon Buenos Aires, el virrey Sobremonte ordenó al Comandante de Armas de Córdoba, Santiago de Allende, que reuniera con urgencia toda la tropa y caballería de esa jurisdicción. Debía solicitar lo mismo de los comandantes de Tucumán, Santiago, Mendoza y San Luis.
La noticia de la invasión llegó a San Miguel de Tucumán el 7 de julio de 1806. De inmediato, el Comandante de Armas, José Ignacio de Garmendia, ordenó la concentración de la compañía de la ciudad y de otras cinco de los partidos rurales. El profesor Lucio Santiago Reales, en su minuciosa investigación, detalla que se prepararon ocho carretillas quinchadas y techadas para trasladar los fusiles y los 300 cabos de lanza que, entre otros materiales, constituían el armamento de las cuatro compañías del "Regimiento de Voluntarios de San Miguel de Tucumán", formado rápidamente para acudir en auxilio de Buenos Aires.
Garmendia mandaba la primera compañía, y sus oficiales eran Diego y Bernabé Aráoz, con 125 hombres. Salvador de Alberdi mandaba la segunda, de 130 hombres, con los oficiales Juan Venancio Laguna y Máximo Molina. La tercera, de 130 hombres, estaba al mando de Manuel Pérez de Padilla, con Javier Ojeda y Diego Ruiz de Huidobro como oficiales. En Santiago del Estero se reorganizaron los cuadros y se formó una cuarta, conducida por Laguna y Diego Aráoz, con 72 soldados. La organización sufrió otras diversas modificaciones en la travesía. Estas determinaron que, de los 457 soldados puestos en movimiento, dice Reales, solamente 206 continuaran a Buenos Aires, en dos compañías comandadas por Juan Ramón Balcarce y Salvador de Alberdi.
Pero cuando las fuerzas iban en viaje, ya se había producido la reconquista. Entonces, regresaron desde el Arroyo del Medio conduciendo al centenar de prisioneros ingleses que debían ser internados en Tucumán. Otros fueron llevados a San Luis, a La Carlota y a Santiago del Estero.
Los de Tucumán permanecieron presos durante diez meses. Cuando se dispuso devolverlos -por los términos de la capitulación- trece de ellos se quedaron en nuestra provincia, porque se habían casado con tucumanas. En el grupo estaba, por ejemplo, Juan Shaw. Tras su matrimonio con Feliciana Villafañe, el apellido se castellanizó "Schoo" y se difundió largamente hasta hoy en Buenos Aires.